Las llamadas “teorías de la conspiración” son, en cierto modo, expresiones lógicas de las sociedades modernas e quizá también de la manera misma en que evolucionó el pensamiento humano. Imposible como es abarcar la totalidad del mundo que nos rodea, aprehender todas las causas que explicarían —creemos— determinado fenómeno, pero al mismo tiempo obsesionados con su comprensión, parece previsible que nuestra mente elabore una idea propia al respecto, extrapolando y generalizando, suponiendo, dando por ciertos hechos que no necesariamente lo son o, más cómodamente, adoptando una teoría ya ideada por otros y aceptada por muchos más. En cierto sentido estos son los mecanismos del conocimiento mismo, y aunque parezca absurdo o excesivo, podría decirse que la realidad misma, en tanto la habite la especie humana, es una gran teoría de la conspiración.
Pero más allá de estas elucubraciones, una de las características más inquietantes de las teorías de la conspiración es que, sin importar que sean verdaderas o falsas, existen y, por lo tanto, generan efectos reales, en individuos o grupos, productos culturales, reuniones donde estas se discuten, etc.
Un poco para medir el alcance de estas ideas, investigadores del proyecto PublicMind, auspiciado por la Fairleigh Dickinson University, realizaron una encuesta amplia en Estados Unidos para conocer tanto las teorías de la conspiración más populares como los segmentos de la población que se inclinan a creerlas o desacreditarlas.
De entrada los académicos identificaron cuatro grandes suposiciones de tipo político que comúnmente creen los estadounidenses: el “birtherismo” (de “birth”, nacimiento), según el cual Barack Obama en realidad no nació en Estados Unidos y por lo tanto no podría ser presidente; en segundo lugar que su gobierno sabía con antelación de los sucesos del 9/11; en tercero que Obama “ser robó” la elección de 2012 y por último que George Bush hizo lo propio en la de 2004
De esas, el 36% de los encuestados cree en el birtherismo, el 25% en la conspiración gubernamental en torno al 9/11, el 19% en el fraude electoral de Obama y 23% en el de Bush.
Asimismo, estos porcentajes se modifican si se toma en consideración la preferencia política del individuo. 6 de cada 10 republicanos, por ejemplo, piensan que Obama deliberadamente oculta información sobre los primeros años de su vida, mientras que casi 4 de cada 10 demócratas aseguran que Bush y sus simpatizantes organizaron una votación fraudulenta.
“Generalmente mientras más personas sepan sobre los sucesos actuales, es menos probable que crean en teorías de la conspiración, pero no entre los republicanos, en quienes más conocimiento conduce a una mayor creencia en conspiraciones políticas”, dicen los investigadores.